cuentos en la menor
matar a borges  
  Home
  Novelas del autor
  Libro de visitantes
  Consejos ajenos para incipientes escritores
  Contactáme
  Cuento recomendado del mes
  ¿Por qué escribimos?
  Textos amigos
  => Sansimon en plumas
  => Adriel J. Roitman
  => Germán
  => Alvaeno
  => Pablo G. Del Pino
  => Héctor Estrada
  => Juan Carlos Galván Vela
  => María Fernanda Zugasti
  => Norma Fleytas
  => Néstor Rubén Gimenez
  => Natts
  => Roxana
  Guiones de Cine
  Videos
  Autor Francisco Cappellotti
  Encontráme en Facebook
Todos los derechos registrados (Copyright)
Adriel J. Roitman

Olvido

 

No recuerdo nada. Sé que algo tendría que venir a mi mente, pero no recuerdo en que parte de mi cuerpo se encuentra tal cosa. He olvidado todo y a todos, si que existe alguien más, pues no lo recuerdo. Tengo que sentarme y pensar quién soy, debería saberlo, y mejor que ningún otro. Pero cómo puedo saber quién soy si ni siquiera sé quién fui. Pude haber sido un niño prodigio, y me emociono, pero me decepciona luego el hecho de no saberlo con exactitud. No saber quién soy es como estar parado en un abismo, donde la nada es todo lo que conozco, y eso en cierta forma eso me brinda seguridad.

¿Cómo saber acaso en qué soy bueno? ¿Cuáles serán mis habilidades, mis dones, mis atributos? Y peor aún: ¿en qué soy malo? Creo que eso debe ser lo más peligroso de todo este asunto. Vea usted, podría sentarme en un automóvil y no saber cómo conducirlo, atropellando de esa forma a cualquiera, aunque no me atrevería a subirme a uno de esos objetos que, para ser sincero, no recuerdo ni cómo son. ¿Seré bueno disparando flechas, sean lo que sean? ¿Seré pésimo tocando la guitarra? Da igual, podría ser que una computadora se arroje y un reloj sea un instrumento musical. ¿Qué diferencia hay? De la música al ruido hay un solo paso. ¿Soy lindo o soy feo? Estoy convencido de que la belleza depende de los ojos del espectador, pero con un espejo enfrente no creo ser la clase de persona que pueda calificar nada en absoluto.

Veamos pues, estoy sentado. Miro hacia un costado y veo un muro de un color, probablemente negro y probablemente verde, pues lo probable es lo seguro en mi situación actual, que se traduce en un estado de confusión tranquilizante. En el otro costado hay una mesa, con una imagen sobre ella. Allí estoy yo, y alguien me abraza. Una morena de ojos saltones de buenas formas que me provoca cierta sensación libidinosa al observarla e imaginarla mi mujer. Sin embargo también podría ser mi hermana, y el simple hecho de que mi propia sangre me haya causado excitación es motivo suficiente para correr a vomitar al baño si supiera dónde queda.

Pareciera ser que recuerdo las palabras, pero no su sentido. Es como un club de significantes en el que se encuentra vetado el ingreso a los significados, que se quedan afuera y emergen sus cabezas por las ventanas, de a saltos, tratando de ver qué pasa adentro. Pero nada pasa. Todo lo que veo me es ajeno, pero de una ajenidad tal que en cierto modo me pertenece. Es como si la única certeza que tuviera fuera lo incierto que todo me resulta, y de seguro me asustaría si recordara cómo se siente el miedo.  

¿Será que me olvido de recordar, o simplemente olvide cómo recordarlo? De seguro es recomendable preguntar cuando uno no sabe, pero es a sobremanera frustrante preguntarse a uno mismo cosas que desconoce, o que ha conocido en un tiempo tan remoto como mi memoria. ¿Dónde estoy? Creo que eso fue lo primero que debí haber pensado, si es que este divague auditivamente silencioso y mentalmente estruendoso puede ser así calificado. Pero no me interesa realmente, pues el hecho de reconocer el lugar en el que me encuentro no cambiaría en nada mi perturbación digna de un buen golpe, que pudo ser la causa de lo que me ocurre. Me toco y me busco alguna irregularidad en mi cuerpo, pero descubro luego que aunque hubiera alguna nueva marca jamás podría saberlo, y probablemente algo me esté doliendo, pero no recuerdo cómo se siente aquello. ¿Quién me ha provocado esta oscuridad? ¿Acaso pude haber sido yo mismo?, me río de solo pensarlo, casi seguro de que el sonido que sale de mi boca puede calificarse como risa, o tos, o asma. Sea lo que sea me da placer, y me permite desviar la mirada al menos por un momento, olvidando de esta manera que me he olvidado de todo. Puedo afirmar que no he sufrido, en tanto no hay momentos de dolor en mi memoria, pues no hay momentos en ella. No interesa ya quién soy, ni tampoco qué pasó. Me enseñaron a olvidar y eso hago. Dirán que me he entregado al conformismo, les doy la razón, aunque no sepa qué demonios signifique eso.

 

                                                                       Adriel J. Roitman

 

 

Nuevo  
  Matar a Borges del 1 al 4 de Julio 2012 en todas las librerías  
Hoy habia 1 visitantes (1 clics a subpáginas) ¡Aqui en esta página!
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis